Ser madre hoy en día es una misión épica. Nos hacen creer que todo es color de rosa, dulce, natural, orgánico y lleno de satisfacciones. Pero la realidad es muy diferente. Hoy quiero hablar de ese lado oscuro de la maternidad rosa.
Mi modelo de maternidad tuvo su lado oscuro, no fue precisamente el de una maternidad rosa, como la pintan las redes y los estereotipos. Vi a mi mamá sufrir de muchas maneras. De pequeña crecí en un hogar con un padre que abandonó la misión para irse a descubrir sus propias galaxias. Así como a Darth Vader, a mi papá lo sedujo el lado oscuro, rompiendo de nuevo el mito de la maternidad rosa donde hay un compañero comprometido con la causa . Se dejo llevar por una sociedad patriarcal, dejando que las expectativas y roles de género tradicionales lo alejaran de su papel de padre y compañero en la crianza.
Mi mamá fue como la princesa Leia, que luchó contra el Imperio sin perder la esperanza por un futuro mejor para los suyos. Conocí todos los esfuerzos que hizo por nosotros. La vi romperse miles de veces cuando sentía que no podía más, y no sabía que iba a hacer para cuidarnos. La vi luchar como un Jedi para darnos lo importante, a pesar del peso de la carga emocional y la soledad en su corazón. Se quejó poco. Porque no estaba bien visto quejarse. Porque le metieron en su cabeza que tenía que ser una madre sacrificada, y que el dolor y el sufrimiento eran inherentes a su rol de madre criando sola.
Y precisamente como crecí con ese modelo de maternidad, siempre añoré ser madre y vivirlo de otra manera, como lo veía afuera, de color rosa, sin sombras que insinuaran que había un lado oscuro detrás de todo esto. Tengo la fortuna de tener un compañero absolutamente comprometido con la crianza de nuestras hijas, y vivimos sin apuros económicos, incluso puedo decir que tenemos muchos privilegios que de niña me resultaban impensables. Podríamos decir que el lado oscuro de la maternidad que vivió mi mamá no aplica en mi contexto. Parecería que vivo esa maternidad rosa instagrameable que nos venden por todos lados. Pero me engañaron.
La maternidad te llena el corazón y te lastima al mismo tiempo. Y no te hablo del dolor físico. Es un dolor del alma. Mis hijas nacieron por cesárea de urgencia, a las 30 semanas. Salimos las 3 para UCI. A las 6 horas le pedí a las enfermeras que me llevaran a verlas. Me decían que aún no podría pararme, que estaba muy débil. Usé mi carta de “soy médico y sé perfectamente cómo estoy y de lo que soy capaz” y las convencí de llevarme. Porque se los juro, el dolor en mi corazón de la incertidumbre que tenía de no verlas no se me pasaba con los analgésicos que me habían puesto para la herida de la cirugía.
Ese lado oscuro y doloroso de la maternidad empieza incluso antes de dar a luz, cuando se supone que todo es ilusión (obvio, ilusión de color rosa). ¿Qué mujer embarazada no ha sentido miedo, culpa o frustración más allá del malestar de las náuseas, el dolor de espalda o la gastritis? Porque lo que nos ocultan es que desde antes de nacer nuestros hijos, ya hay una presión abrumadora para ser «madres perfectas» que equilibran múltiples roles y responsabilidades sin mostrar signos de agotamiento o estrés. Entonces ya no quieres parecer una floja por decir que estás cansada, o una loca porque las hormonas te están jugando una mala pasada.
Es como Luke entrenado por Yoda en Dagobah. Yoda representa la presión abrumadora de las expectativas sociales y culturales que caen sobre la mujer embarazada. Y el pobre Luke se cuestiona si podrá tener las habilidades de Jedi (madre perfecta) para enfrentar a los Sith. ¿Si ya te quejas en el embarazo, cómo se supone que vas a poder con todo lo que implica la crianza?
Y digo que me engañaron porque lo que nos muestran de la maternidad no es más que un espejismo. Es como cuando en La Amenaza Fantasma Qui-Gon Jin y Obi Wan llegan al planeta Naboo a negociar con el líder de la Federación del Comercio y son recibidos de una manera muy amable (digamos el lado rosa) y no tardan en descubrir que sus intenciones son realmente oscuras. A nosotras la maternidad nos recibe con una sensación en el corazón que es tan difícil de describir, que es considerada como el amor más fuerte del mundo. Y así es. Pero no nos cuentan los costos alternos y nos vemos como esos dos Jedi, enfrentando una amenaza mayor de la que creíamos.
Poco a poco vamos descubriendo que la exigencia física es mayor de lo que pensábamos. Hablemos tan solo de la lactancia. Una madre lactante necesita gastar solo para producir leche entre 300 y 500 calorías adicionales, producir prolactina y lidiar con todo el sube y baja hormonal del post parto, sin contar con los dolores posturales que resultan de buscar una posición cómoda, y el dolor de la congestión o de las grietas en los pezones. Pero eso sí, lo que vemos es puras madres sonrientes y con cara de haber salido del spa con el bebé correctamente agarrado al pezón.
Lactar a mis gemelas fue otra épica batalla. Hubiera querido tener la habilidad de Anakin Skywalker para pilotear dos naves simultáneamente como lo hizo en el coliseo de Geonosis, en la Guerra de los Clones, pero no hubo tal. Solo una vez logré lactar a mis hijas en simultaneo, y eso, porque tenía la ayuda de mi asesora de lactancia (que no todas las madres tienen). Tal fue la intensidad de la experiencia que me tomé una foto, porque en el fondo de mi ser sabía que no se iba a repetir.
Tenía que acomodar un montón de cojines, se me dormían los brazos, me dolía la espalda, y si una niña soltaba el pezón, no tenía manos para reacomodarla. No había esa cara de placer que vemos en los comerciales, no había ese tal “momento mágico” de conexión de la madre con su bebé, lo que había era una angustia y una tensión sostenida, un diálogo interno lleno de culpa por no poder hacer lo que la técnica decía, una sensación de “esto me quedó grande”, de “le estás fallando a tus hijas”.
Otra derrota en mi cabeza. Terminamos optando por darle teta a una y que la otra tome fórmula, y rotarlas. Así la experiencia cambió y fue más fácil y placentera para las tres, y al final, mis hijas crecieron sanas y fuertes. Logramos acomodar nuestro viaje con una ruta distinta, pero nuevamente, nadie me dijo nada sobre este lado oscuro de la maternidad rosa que nos venden como el deber ser.
Así como la batalla en el Coliseo de Geonosis marcó un punto de inflexión en la saga de Star Wars, la lactancia de mis gemelas se reveló como solo el inicio de una odisea maternal más profunda. La galaxia de la maternidad, al igual que la galaxia lejana, es vasta y llena de desafíos inesperados. Después de superar los primeros capítulos de la crianza, descubrí que la maternidad es una narrativa en constante evolución, donde las complejidades y las sorpresas no se revelan en los manuales. Así como nuestros héroes galácticos enfrentaron un conflicto que cambió la historia, las madres se encuentran con desafíos que transforman su viaje en formas impredecibles. La lactancia, en retrospectiva, se convierte en el prólogo de una historia que aún está por desarrollarse, una historia que abarca desde los momentos más dulces hasta los desafíos más oscuros y desconocidos.
Porque luego crecen y la cosa no cambia. El insomnio, cargarlos constantemente, caminar agachada para que ellos aprendan, correr detrás de ellos, pasarte el día recogiendo cosas, madrugar el doble para alistarlos a ellos y con suerte alistarte tú, postergar tus comidas, bañarte a la carrera, no volver a saber lo que es tener privacidad… en fin. Nada de eso me lo dijeron. Eso no se muestra. Un consejo sabio antes de embarazarte sería que hicieras un entrenamiento físico intensivo para que tu cuerpo lleve mejor el día a día. Nuevamente Luke con Yoda, como si Yoda fuese esta vez uno de esos entrenadores desquiciados de reality de pérdida de peso obligándote a sacar fuerzas de donde no tienes para alcanzar tu figura de “mamá perfecta”.
Después de superar los desafíos con los hijos pequeños, nos encontramos en una nueva fase de la aventura materna: la etapa escolar. Convertirse en profesora de repente se suma a la lista de roles de una madre, una tarea para la que no estamos necesariamente preparadas. Es como si de repente nos lanzaran al comando de una nave espacial sin un manual de instrucciones, y tenemos que aprender sobre la marcha, enfrentando desafíos que van más allá de lo que podríamos imaginar. Es como cuando Luke Skywalker se ve obligado a pilotar un caza estelar en plena batalla sin haber recibido un entrenamiento completo, teniendo que confiar en su instinto y adaptarse rápidamente a la situación.
Recuerdo una escena en particular de «El Imperio Contraataca», cuando Luke intenta levantar el caza estelar X-wing de un pantano con la Fuerza. Su maestro Yoda le dice: «Hazlo o no lo hagas, no hay intento». Esta frase resume la presión que sentimos como madres cuando nos enfrentamos a enseñar a nuestros hijos. Nos vemos desafiadas a comprender cómo funciona el cerebro de un niño pequeño para aprender, como cuando Luke lucha por levantar el X-wing. Nos encontramos luchando por entender sus pensamientos y emociones, esperando que respondan de manera similar a un adulto. En el mejor de los casos, pensamos que no debería ser tan difícil tener paciencia y mantener el control mientras avanzan a su propio ritmo.
Sin embargo, nos enfrentamos a nuestros propios límites y expectativas poco realistas, creyendo erróneamente que si no están alcanzando el ritmo esperado, es porque estamos fallando como madres. Este acompañamiento puede despertar nuestros más grandes demonios internos, desafiándonos a confrontar nuestras propias inseguridades y aprender a aceptar que cada niño tiene su propio camino de aprendizaje.
Durante la pandemia, nos vimos obligados a acompañar a nuestras hijas en su proceso escolar en casa. Fue un desafío completamente nuevo. Como si de repente nos encontráramos en un sistema solar desconocido, tratando de entender una realidad que parecía estar en constante cambio. Recuerdo claramente esos momentos en los que intentaba enseñarles tareas aparentemente simples, como pegar algo en un lugar específico o trazar una línea de un punto a otro, y mi frustración se reflejaba en mi rostro sin que pudiera ocultarlo. Era difícil disimular mi desconcierto y ellas lo notaban inmediatamente. Terminamos con la conclusión de que era mejor que papá se encargara de esas tareas, ya que yo no parecía estar haciéndolo bien.
En ese momento, reflexioné sobre el invaluable trabajo de los profesores de niños pequeños. Aunque yo también enseño, principalmente a adultos, me encontré fuera de mi zona de confort al tratar de enseñar a mis hijas. Esta experiencia me hizo valorar como nunca el compromiso y la paciencia de los maestros que dedican su vida a guiar a los niños en su proceso de aprendizaje. Sin embargo, también me llevó a cuestionar mi valía como madre, sumergiéndome una vez más en un mar de culpa y expectativas ilusorias.
Esta situación me recuerda cuando en «El Despertar de la Fuerza», Rey utiliza la Fuerza para convencer a un guardia de que la deje ir. Aunque su intento inicial parece fallar, poco a poco descubre su verdadero potencial y finalmente logra persuadir al guardia. De manera similar, me sentí como Rey. Luché por encontrar mi lugar en esta nueva realidad, tropezando en el camino, pero nunca renunciando a la esperanza de levantarme y encontrar mi valor como madre en medio de la incertidumbre.
Y como si el colegio no fuera suficiente, entramos en la etapa de las actividades extracurriculares. Ahi parece que nos exigen criar hijos que se destaquen en todas las áreas posibles: deportes, música, manualidades y más. Es como si la Academia Jedi esperara que nuestros hijos sean maestros en cada disciplina conocida. Esta etapa nos recuerda la formación intensiva a la que fueron sometidos los Jedi para dominar diversas habilidades y enfrentar cualquier desafío que se les presentara. Es como si estuviéramos entrenando a jóvenes padawans para convertirse en caballeros Jedi, sometiéndolos a rigurosos entrenamientos físicos, mentales y emocionales. Cada actividad extracurricular se convierte en una prueba de habilidad y resistencia. Como si quisieran recordarnos la dedicación y el compromiso que requiere el camino de un Jedi hacia la maestría.
Pero el desafío va más allá de simplemente llevarlos y traerlos, equiparlos y apoyarlos incondicionalmente, incluso cuando los progresos no son evidentes. El verdadero problema radica en que a veces nos perdemos en la rutina de las actividades diarias, ese es el lado oscuro que no se menciona en las historias de maternidad rosa, No nos damos cuenta y perdemos el foco. Nos olvidamos de detenernos a pensar en las verdaderas ilusiones, expectativas y gustos de nuestros hijos.
En nuestra carrera por cumplir con las expectativas de la sociedad, nos encontramos buscando desesperadamente marcar todas las casillas correctas. Parece que nos urgiera demostrarnos a nosotras mismas, y a esa sociedad fantasmal de exigencias que estamos haciendo todo lo posible. Nos aferramos a la idea de que si no se da como esperamos, no es porque no hayamos hecho nuestra parte. Sentimos que independientemente del resultado, siempre quedaremos debiendo algo, como si nunca fuera suficiente para cumplir con las expectativas autoimpuestas y sociales.
Es como si estuviéramos entrenando a nuestros hijos para ser como los Jedi, dominando una amplia gama de habilidades y conocimientos. Pero a veces, nos enfocamos tanto en el entrenamiento intensivo y en cumplir con las expectativas de la Orden Jedi que olvidamos escuchar sus verdaderos deseos y pasiones. Es como si estuviéramos programando droides en lugar de criar seres individuales con sueños propios. Nos convertimos en Maestros Jedi obsesionados con la perfección, olvidando que cada Padawan tiene su propio camino hacia la Fuerza.
Y aquí me encuentro, en este punto de la crianza, mientras mis hijas tienen 7 años al momento de escribir estas líneas. Aunque aún estamos navegando las aguas turbulentas de la infancia, ya empiezo a vislumbrar el horizonte de lo que se avecina. En mi trabajo como coach de familias, tengo el privilegio de acompañar a madres en todas las etapas del viaje de la crianza. Me sumerjo en sus experiencias, escuchando más allá de las palabras que traen consigo. Trato de captar el latido de sus corazones y entender sus luchas más profundas. Y no puedo ignorar el hecho de que muchas de estas madres tienen hijos de diferentes edades, haciendo que enfrenten desafíos diversos de manera simultánea.
Cuando atiendo a madres de adolescentes, a menudo comparten conmigo su sensación de desconcierto y desorientación. Me cuentan cómo, después de años de sentir que tenían cierto control sobre la crianza, de repente se enfrentan a un territorio desconocido. Sus hijos se transforman en seres nuevos y desconocidos, con actitudes y desafíos que las descolocan. A medida que intentan comprender a los que alguna vez fueron sus pequeños padawans, se dan cuenta de que se enfocaron tanto en las expectativas externas de la sociedad sobre la madre y los hijos perfectos que descuidaron el verdadero trabajo de conocer a sus hijos. Se sienten abrumadas por la desorientación, la culpa y los reproches, y luchan por encontrar su camino en este nuevo paisaje de la maternidad.
Y cuando atiendo a madres con hijos ya adultos, la historia no es muy diferente. Me comparten sus preocupaciones continuas y su impulso constante de seguir dando, incluso cuando sus hijos ya han crecido. Siguen aferradas al papel de cuidadoras, sacrificando su propia felicidad y bienestar por la de ellos. Se sienten como los últimos defensores de la galaxia. Enfrentan cualquier desafío que se interponga en el camino de sus hijos, incluso a costa de su propia salud y felicidad. A menudo expresan sentirse desubicadas, abrumadas, llenas de culpa y sin una guía clara, ya que sus esfuerzos no siempre son reconocidos ni valorados como esperaban.
El hilo conductor que une a todas estas mujeres sigue siendo la sensación de estar insuficientemente preparadas para lo que les depara el camino. A menudo se enfrentan a situaciones en las que no saben qué hacer o cómo actuar. Estas incertidumbres vienen acompañadas de una dosis considerable de culpa y autoexigencia elevadas. Es como si estuvieran en constante batalla contra un enemigo invisible, luchando por encontrar la claridad y la confianza en medio de la neblina de la incertidumbre.
La maternidad es mucho más que una serie de desafíos y dificultades. Es un viaje de autodescubrimiento y crecimiento constante, donde cada experiencia nos moldea y transforma en versiones más fuertes y sabias de nosotras mismas. No hay nada que me haya enseñado tanto de mí misma, de lo bueno y de lo malo, como la maternidad. A medida que enfrentamos los desafíos de la crianza, aprendemos a superar nuestros propios límites, a encontrar soluciones creativas a problemas aparentemente imposibles y a desarrollar una paciencia y compasión que nunca creímos posible.
La maternidad moderna es como el entrenamiento de un Jedi en Star Wars. Cada desafío enfrentado y cada obstáculo superado nos acerca más a dominar nuestras habilidades y encontrar nuestro verdadero poder interior. Al igual que Luke Skywalker pasa de ser un granjero joven e inexperto a convertirse en un Jedi poderoso y valiente, las madres atraviesan una transformación similar a medida que navegan por las complejidades de la maternidad.
Y así como los Jedi encuentran satisfacción y realización en servir a una causa más grande que ellos mismos, las madres encuentran una profunda satisfacción en el amor y el cuidado que brindan a sus hijos. Cada abrazo, cada sonrisa, cada pequeño logro de sus hijos es una recompensa que supera con creces cualquier desafío o sacrificio que puedan enfrentar.
En última instancia, la maternidad es un viaje de amor incondicional, crecimiento personal y conexión profunda. Nos enriquece de maneras que nunca podríamos haber imaginado. Es una aventura épica en la que cada madre se convierte en la heroína de su propia historia. Aprende a enfrentar desafíos con valentía y sabiduría, y encontrando satisfacción y alegría en cada paso del camino. Somos mejores gracias a ellos, pues creemos que hacemos todo por ellos, pero son ellos los que nos ayudan a crecer.
En resumen, este escrito busca arrojar luz sobre el lado oscuro de la maternidad rosa, ese aspecto que rara vez se menciona pero que es crucial para comprender la complejidad de este viaje. Reconocer este lado oscuro no nos hace ser “quejetas” ni víctimas, sino madres reales e informadas que pueden abordar los desafíos con valentía y sabiduría. Aunque la maternidad pueda ser una montaña rusa de emociones y dificultades, es sobre todo, una experiencia maravillosa llena de amor y crecimiento personal. Al revelar el lado oscuro, estamos preparadas para abrazar plenamente todas las facetas de este viaje único y transformador.
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